Hablaba recientemente con mi mujer sobre uno de los mensajes que más se escucha en los medios de comunicación: <<el mundo que viene será en muchos aspectos diferente al que hemos conocido hasta ahora>>. Nos preguntábamos qué se quiere comunicar con ese mensaje, y es a partir de ese momento donde empiezan todas las dudas.
Entiendo, que ante la dificultad de saber cómo será nuestra vida en apenas unos meses, el mensaje no tiene un significado claro. Sin embargo, si lo contrastamos con otro tipo de información, parece tomar forma un relato consistente, al menos en su vertiente tecnológica. Este relato, habla de una digitalización acelerada y generalizada de la sociedad donde las compras a través de internet, el teletrabajo, las conferencias virtuales con familiares, amigos y compañeros de trabajo, la formación on-line o la geo-localización 24 horas del día, son la norma y no un complemento al complejo mundo moderno en el que vivimos.
Esta transformación social de ser cierta, tendrá repercusiones evidentes sobre nuestras vidas, ya que puede convertir a un ser eminentemente social, en un ser asocial con enormes barreras para interaccionar con otros seres humanos. No pretendo ser catastrofista. De hecho, si construimos una sociedad donde el teletrabajo es la norma para muchas personas, donde el comercio on-line sustituye al tradicional en una proporción que haga inviable este último, donde la formación tiene un fuerte componente tecnológico hasta llevar lo presencial a algo puramente anecdótico, o donde el ocio se disfruta básicamente ante una pantalla, ¿Qué más actividades nos quedan para relacionarnos con otras personas?
La sociedad es como una enorme fábrica donde las decisiones que se van tomando a lo largo del tiempo, determinan qué se puede producir con los recursos y los activos productivos disponibles. Como ocurre en cualquier fábrica, cuando se produce un producto (X) se hace a expensas de dejar de fabricar otros muchos productos (Z, Y…), puesto que los activos y recursos que realizan la producción están diseñada para fabricar X pero no Z o Y.
Si se decidiera cerrar los teatros y se construyeran en su lugar salas de realidad virtual, difícilmente podríamos ver una obra en directo aunque quisiéramos, en todo caso, podríamos verla utilizando unas gafas de realidad virtual. En este caso, se habría decidido producir experiencias virtuales en vez de obras de teatro en directo. Si también se decidiera cerrar todas las oficinas bancarias para instalar en su lugar enormes máquinas para el procesamiento de datos, sólo podríamos operar con nuestro banco a través de internet, dejando de producir servicios bancarios mediante la interacción humana, para hacerlo a través de medios digitales.
Evidentemente, no estoy vaticinando el final del teatro como expresión cultural de la sociedad o la desaparición de la banca tradicional, simplemente utilizo estos ejemplos para poner de manifiesto que tomar decisiones lleva implícito elegir unas alternativas en detrimento de otras.
Debemos ser conscientes de que actualmente, se están construyendo las bases económicas y sociales que nos acompañarán durante los próximos 25 o 30 años y el relato en el que se fundamenten, es clave para su diseño definitivo. Por eso, es extremadamente importante que los pilares en los que se asienten estas bases, fortalezcan los aspectos más humanos de la vida en sociedad.
La tecnología ha sido, es y será clave para el desarrollo del ser humano, no me cabe la menor duda. Es más, es una de las herramientas más potentes que tenemos a nuestra disposición para enfrentarnos a los grandes retos económicos, climáticos o sanitarios que tenemos por delante. Precisamente por eso y por la importancia que va adquiriendo en nuestra cotidianeidad, su implementación generalizada en la sociedad debe hacerse teniendo en cuenta las peculiaridades que nos humanizan, pues ante todo somos personas que necesitan de la cercanía física y emocional permanente de otras personas para desarrollarse adecuadamente.