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Liderar por excepción

Cuando lideramos personas e independientemente del ámbito en el que lo hagamos (empresarial, educativo, deportivo, etc.), nos gusta que los integrantes del equipo den lo mejor de sí mismos, se impliquen en la dinámica colectiva con entusiasmo o actúen con iniciativa. Todo esto sin prestar atención a las condiciones que hacen posible ese nivel de implicación.

Por desgracia, la magia no funciona cuando hablamos de motivación humana y si no se actúa con decisión sobre este asunto, será muy complicado crear el ambiente que haga posible que la gente de lo mejor de sí misma, se implique y tenga iniciativa.

En este sentido, un aspecto clave que cualquier líder debe comprender es que las personas estamos muy influenciadas por la dinámica del equipo, de tal forma que si las condiciones en las que colaboramos con los demás favorecen el compromiso y la integración, si promueven la participación, la implicación y premian el esfuerzo, encontraremos seres humanos comprometidos, integrados y con ganas de ofrecer su mejor versión.  Si por el contrario, la dinámica grupal fomenta la desconfianza, penaliza las nuevas iniciativas y desincentiva el esfuerzo, la desmotivación y el sentimiento generalizado de desapego serán la base sobre la que se construya el liderazgo y el trabajo en equipo.

Liderar por excepción

Sin lugar a dudas, estar convencidos de que compartir proyectos en un entorno motivante fortalece la cooperación verdadera, es un paso esencial para crear las condiciones que lo hagan posible. Sin embargo, debemos tener claro que incluso creando la mejor dinámica colectiva posible, vamos a encontrar a gente que promuevan ambientes en los que la discordia, la negatividad y la queja permanente sean la norma. Esta realidad esconde una gran verdad que no debemos pasar por alto: las personas que generan problemas aunque la dinámica del equipo sea buena y positiva, por suerte, son una minoría.

No obstante, con asiduidad se hacen generalizaciones negativas sobre este tema, generalizaciones que crean primero y difunden después una de las creencias más dañinas para las relaciones humanas: la mayoría de las personas no son de fiar. Como resultado, escucharemos que confiar en los demás es una acción peligrosa que entraña unos enormes riesgos de los que hay que protegerse, situación que nos puede poner a la defensiva cuando nos relacionamos con el grupo humano que lideramos.

El principal problema de este tipo de creencias es que acaban dando forma a la realidad que vivimos y cómo nos comportamos. En este caso, si dirigimos una empresa y pensamos que los empleados no tienen ningún interés en el futuro de la compañía y únicamente piensan en su propio interés. Si creemos que los integrantes de un equipo deportivo sólo piensan en los aspectos individuales y no en el bien común, o si estamos convencidos de que los alumnos del master universitario que dirigimos no están interesados en el aprendizaje sino en la obtención de un título adicional, difícilmente podremos crear ambientes motivantes que se basen en la participación, la implicación y la colaboración auténtica. En cambio, si desconfiar en los demás es el pilar en el que se sustenta la relación del equipo, lo normal será que su dinámica se base en la suspicacia y la duda.

Dirigir personas tomando como referencia el mal comportamiento de una minoría, lo denominamos “liderar por excepción” y es una de las mayores equivocaciones que se puede cometer cuando se lidera ya que impide que la complicidad y el sentimiento de pertenencia florezcan con naturalidad.

Asimismo, liderar por excepción generaliza la indiferencia, el desinterés y la desmotivación de los miembros que forman el grupo al percibir que no se confía en su buena voluntad. Cuando esto sucede, no se puede esperar otra cosa que no sea una actitud pasiva y una falta de implicación. De este modo se reforzará la creencia de que no se puede confiar en nadie y que es imposible crear equipos comprometidos que se esfuercen por conseguir los objetivos comunes, iniciando un bucle que se reforzará de manera indefinida.

Por estas razones, una labor esencial del líder competente es crear ambientes sanos y saludables en los que tratar bien al grupo humano que se lidera forme parte de su esencia. Sin lugar a dudas, esta es la fórmula más eficaz para evitar caer en la dinámica negativa que consolida el liderazgo por excepción y lograr que el trabajo en equipo sea un viaje productivo y satisfactorio.

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